Viví cuatro años sin papeles en España. Durante ese tiempo, aprendí que los vicios del inmigrante sin papeles no son simples “escapismos” de la realidad: son prisiones silenciosas que destruyen cuerpo, mente y finanzas. Aquí comparto mi testimonio real sobre el alcohol y las casas de placer, cómo me atraparon y, lo más importante, cómo logré liberarme. Este artículo va para ti, migrante sin papeles, que buscas sobrevivir, pero a la vez no deseas perder tu integridad.
1. El primer trago: un refugio que envenena
Cuando era joven, el alcohol solo servía para “socializar”. Pero al migrar y quedarme solo, descubrí que se convertía en un refugio mortal.
“Llegué a España sin conocer a nadie. Un día, entré en un chino y compré cinco cervezas. Me las bebí lo más rápido que pude, buscando el alivio que esa borrachera traía: paz momentánea… y olvido.”
En esas primeras semanas, el alcohol me ayudaba a no pensar. Cualquiera que haya llegado sin red sabe esa sensación de vacío: “¿Qué hago aquí? ¿Tendré papeles alguna vez?” El trago era mi anestesia. Al beber, las preocupaciones se esfumaban. Incluso sonreía y bromeaba. Por un rato, me sentía “normal”.
Pero ese alivio era fugaz. Cuando pasaban las horas, el estómago rugía, el remordimiento pesaba y la soledad era más profunda. Sin dinero abundante, tampoco podía permitirme beber cada día. Así que alternaba con ejercicio en el parque, pero el deseo por el alcohol siguió latente.

2. El entorno que normaliza la copa
Trabajando en la obra sin papeles, mis compañeros bebían cerveza durante y al terminar la jornada. Veía a hombres encorvados, con uniformes sucios, buscando un “respiro” entre tragos. Yo también caía en esa dinámica. En la fábrica, cuando me quisieron humillar (“solo sirves para peón”), el alcohol era un bálsamo: me aliviaba el dolor físico y psicológico. Cinco o seis cervezas después del almuerzo me hacían olvidar diez horas de pie. Pero al mirarme al espejo, veía una cara hinchada, roja, con veinte kilos de más.
“Me dije: ‘Esto no soy yo’. Ahí resurgió la fe. Comprendí que, si seguía bebiendo, acabaría destruido por dentro y por fuera.”
Ese fue mi momento de quiebre: el vicio alivia, sí, pero te cobra la factura más tarde.
3. El sabor amargo del escape pagado: casas de placer
El alcohol no fue mi único refugio. De Parquetista, el jefe me llevó a la primera casa de placer. Yo no tenía opción: a decir “no” hubiera significado perder el trabajo en un país donde sin papeles ya no tienes nada. Entré sin saber qué esperar. El ambiente era tenso: silencio incómodo, luces frías. Las mujeres semi desnudas, esperando a que te acercaras. Sentí un vacío brutal mientras pagaba para obtener un afecto simulado.
“Cuando buscaba placer por dinero, me sentía sin valor. Sabía que todo allí era transacción. No había amor. Salir de ese lugar me hundía más, porque sentía que me vendía a mí mismo.”
Mientras algunos compañeros se enredaban en relaciones – pagando siempre la misma “mirada vacía” – yo veía cómo se hundían:
- Gastaban la mitad de su sueldo en esas casas.
- Se enamoraban de mujeres que no amaban sino del dinero.
- Quedaban atrapados en la supervivencia, sin ahorrar un euro.
- Perdían la dignidad y la salud mental.
4. Vicios del inmigrante sin papeles: una trampa emocional, física y financiera
Físicamente, el alcohol hinchaba mi rostro y me debilitaba. Pasé de estar delgado y activo a sentir cada paso más pesado. Subir escaleras me costaba. El cuerpo me dolía, y ese dolor, un círculo vicioso.
Mentalmente, el vicio me anulaba. No pensaba en mis metas, solo en qué botella me esperaba. Despertaba con culpa, sin energía, preguntándome: “¿Quién soy? ¿A dónde voy?”. Esa tortura interna me obligaba a beber de nuevo.
Financieramente, entre cervezas y vicios, apenas y puedes pensar en ahorrar
- Una semana podía gastar 50 € en cerveza y 100 € en una fiesta.
- En un mes, eso sumaba casi 300 € de fuga.
- Y mientras tanto, mi fondo de emergencia — se encogía peligrosamente.
Cada vez que veía la cartera a punto de cero, sabía que me había traicionado: “Te pasaste, ahora no puedes renunciar a ese trabajo humillante”.
Según la OMS, el consumo excesivo de alcohol es una de las principales causas de deterioro físico y mental en contextos de estrés y precariedad.
5. El espejo roto que despertó la conciencia
Todo cambió el día que me vi al espejo y no me reconocí.
“Mi cara hinchada y roja. Veinte kilos de más. Miraba mis ojos y no encontraba a la persona que llegó con disciplina y fe. Supe que, si seguía así, nunca alcanzaría libertad.”
Entonces recordé al joven que fui. Aquel que hablaba con fe, con hambre de grandeza, con la ilusión intacta a pesar de no tener nada. El que decía que nunca caería en vicios, que entrenaría siempre, que construiría algo grande desde la nada. Y por un momento, esa fe volvió. Como una chispa. Como un susurro que me recordó quién era antes de perderme.
Ese instante fue la chispa que reavivó mi fe en Dios y en mí mismo. Entendí que, aunque el alcohol y las casas de placer enfermaran el cuerpo y vaciaran el bolsillo, la solución no era castigarme, sino construir un hábito opuesto.
La salud mental de las personas migrantes es una de las más afectadas, especialmente cuando no tienen red ni papeles, como documenta Médicos del Mundo.

6. El renacer: reemplazar vicios por hábitos saludables
6.1. Del licor al ejercicio
Decidí que una hora de gimnasio valía más que cualquier cerveza. Cada vez que sentía “ansias”, me ponía a correr.
- En la hora de almuerzo, corría en el parque.
- Perdí 20 kg en pocos meses.
- Cada paso, cada kilómetro, era un golpe al vicio.
“Pensaba: ‘Si paso 10 horas de pie por un sueldo, puedo dedicar 1 hora a mi cuerpo’.
Y así recuperé mi fuerza y mi autoestima.”
6.2. De la transacción al aprendizaje
El mismo tiempo que antes dedicaba a buscar placer lo empleé en consumir podcasts y videos sobre ahorro, inversión y desarrollo personal.
- Llené libretas con apuntes de Dollar Cost Average (DCA) y estrategias básicas de inversión.
- Leía artículos sobre disciplina mental.
- Descubrí que conocimiento + acción eran el antídoto contra el vicio.
“Cada cerveza que no bebía era un paso hacia la estructura.
Cada minuto de estudio era un ladrillo en mi futuro.”
6.3. Reconstruir la autoestima y la fe
Dejé de lado la culpa y el remordimiento y me concentré en acciones diarias:
- Dormir temprano, para recuperar el cuerpo.
- Comer limpio, para nutrir la mente.
- Orar y reflexionar, para alimentar la fe.
Poco a poco, la voz interna que decía “no vales” se silenció.
Hoy, esa voz es la que me impulsa: “Tú puedes. Tú mereces paz. Tú eres migrante fuerte”.
7. Lecciones que aprendí y consejos prácticos
Fruto de mi experiencia, comparto las lecciones que pueden salvarte de caer en los vicios del inmigrante sin papeles.
- Comprende que el vicio no es tu enemigo, es un síntoma.
- El alcohol o la lujuria buscan tapar un dolor mayor: soledad, frustración, agotamiento.
- Si no atacas la raíz, el vicio solo ganará terreno.
- Reemplaza el hábito tóxico por uno constructivo.
- Cada vez que pienses “necesito beber”, ve al parque a correr.
- Si anhelas afecto, escribe en tu libreta, llama a un familiar o busca un grupo de apoyo.
- Controla tu dinero con disciplina militar.
- Haz un presupuesto estricto: renta, comida, transporte, ahorro obligatorio.
- Si ganas 1.000 €, destina mínimo 50 € a ahorros antes de pensar en cualquier gasto extra.
- Sin ahorros, no podrás decir “no” al jefe que paga mal o al lugar que te humilla.
- Rodéate de espejos positivos.
- Evita a los compañeros que solo beben y van a casas de placer.
- Busca migrantes que entrenen, ahorren y estudien.
- Aprende de quienes ya están “adelante” sin perder la fe.
- Cuida tu identidad y tu fe.
- Cada vez que entres a un lugar que destruya tu esperanza, pregúntate: “¿Esto suma o resta?”
- Recuerda que, sin papeles, tu mayor capital es tu disciplina y tu creencia en un futuro mejor.
- La coherencia se construye cuando vives según tu mensaje: antes de gastar en un vicio, piensa en el legado que quieres dejar.

8. El costo silencioso del vicio y la promesa de esperanza
Sé que renunciar a estos vicios es difícil. Pasé años luchando. Sabía que si no lo hacía, moriría en esa fábrica, insondable y sin rumbo. Pero hoy… vivo en paz. Tengo una mujer que me respeta y conoce mi pasado. Ella potencia mi disciplina y valora mi fe. Vivir con máscaras solo me robaba paz y amo hoy la sinceridad.
Si este artículo te llegó al corazón, no es por casualidad. Llegaste hasta aquí para decidir:
¿Quieres ser víctima de tu entorno… o migrante fuerte que esculpe su destino?
Cada botella que no te tomas, cada euro que ahorras, cada kilómetro que corres…
Es un paso hacia la libertad.
Y si hoy no sabes por dónde empezar, empieza por tener estructura.
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